Con el estómago vacío y la cabeza rondando como siempre salí a pasear. No esperaba encontrarme con nadie en mi camino pero tropecé con una persona. Era como cualquier otra persona, nunca jamás la había visto, pero tenía un pelo precioso, muy largo y rizado, casi se fundía con el horizonte el color oscurecido de su piel, tan negro como el café amargo. Me quedé atónito al ver sus ojos, casi no daba crédito a lo que estaba viendo, pero tras dos segundos, escuché como un chasquido de dedos en mi imaginación que me volvió en sí. Pero ella ahí seguía, parada, preparada para cruzar la calle. Vestía como toda una señorita, lo cual la hacía más bella aún. Fue indescriptible lo que pasó por mi mente en ese momento, pero supe detectar que no se trataba de amor, nada de eso, era un sentimiento parecido a la admiración, aunque no llenaba del todo mi vago mundo, pero en ese momento fui feliz, recuerdo como se dibujó una sonrisa en mi cara al verla marcharse en aquel autobús para detenerse más adelante. Salí corriendo y, como si se me fuera la vida en ello, conseguí alcanzarla, a pesar de que ella tomó el bús. Tuve suerte, ya que tras bajarse en aquella parada dicidió hacer una llamada telefónica, lo cual la entretuvo y pude llegar hasta ella. A unos metros de pisarla comenzó a andar, se dirigía hacia una calle estrecha que parecía torcer a la izquierda. Sentí miedo por si se asustaba por mi claro color de piel, pensé que podría reflejarse en mí el dulce color que la cubría. Estaba tan cerca que casi podía oler el perfume afrutado que usaba, naranja, plátano, mora, no, era frambuesa, olía a una fruta exótica, tanto como sus curvas. Andaba de tal manera que las calles se doblegaban a sus pasos, había música en sus movimientos. Quedé prendido por su belleza. Quise despertar, pero aquello no se trataba de un falso sueño, era la realidad.
Llegó a una amplia plaza donde sentado en un banco le esperaba un chico, este le miró cara de deseo y me detuve. Seguirla no estuvo bien. Las cosas parecían cambiar a un color más turbio. Decidí esperar sentado en el suelo en la última esquina por la que ella pasó, justo antes de llegar a la plaza. El hombre que la esperaba no parecía mucho más mayor que ella, aunque no podía adivinar su edad. Tenía varios cortes en la cara, posiblemente por alguna disputa callejera, así que pude vaticinar que aquel lugar no era el más apropiado para tal divinidad. Al principio ella se sentó, pero tras diez minutos de reposo, alzó sus posaderas del asiento. Él la miraba de manera lasciba, se notaba que la deseaba, aunque parecía que ella no se dejaba querer. Comencé a mirar al suelo al pasarse por mi mente que el haberla seguido había sido una tontería y de repente ella gritó. Rápidamente mi mirada se clavó en aquella situación y pude escuchar como el chico soltaba serpientes por su boca, sólo sacaba palabras ingratas para aquella muchacha que a mi parecer no merecía aquella humillación. La chica comenzó a llorar y creo que pude ver como el chico cambiaba de forma, se había convertido en un ogro, como en las películas. Frotando mis ojos no salía de mi asombro, como aquella dulce muchacha podría estar escuchando a ese animal soltar tales palabras sobre ella. Pero tras la palabra más grosera que se le puede decir a una señorita, la cual prefiero no recordar, cesó el llanto de ella y el alegato del cernícalo. Ella sin mirar atrás comenzó a caminar sobre sus pasos, por lo que debía pasar junto a mi. Decidí no moverme de allí, para así poder verla más cerca. Incluso tras la discusión, en mi mente seguía reflejada aquella bella muchacha. Sí, pasó junto a mi, pero su rostro ya no era el mismo, las lágrimas le proporcionaron un color más pálido a su oscura faz, ya no era la misma. Al instante noté unos pasos de tras de mi, parecía una estampida de elefantes que se acercaba desde lo lejos y divisé como aquel chico la seguía, parecía poseido por el mismo lucifer y aun más mal parecido tenía con los cortes que tenía en la cara. La agarró del brazo y tiró hacia atrás. Ella sin esperárselo cayó al suelo y en mi mente sonó como si una de esas pequeñas figuritas de cristal con forma de bailarina se rompiera en mil pedazos tras chocar con el piso. Me sentí en alerta, nunca me había enfrentado a una situación como la que estaba viviendo. La chica tirada por los suelos intentaba levantarse agarrándose a la pared. El hombre sólo se llevó las manos a la cara y pedía perdón por lo que había hecho, pero ya era demasiado tarde. Ella estaba muy dolida. Tras levantarse continuó caminando a toda prisa y el hombre se quedó allí mirándola como se alejaba, sollozando por lo que había hecho, algo imperdonable para un ser humano. No sé que pasaría por la cabeza de aquel hombre, pero seguro que no cabría dentro de sí el gran sentimiento de odio que se tenía a sí mismo en aquel momento. Se dió la vuelta caminó calle abajo. Lo perdí de vista, a ella también. En mi mente se dibujó al instante una pequeña historia que continuaba la de aquel trágico día, en esa historia veía a esa chica muy feliz, no se porque, ni siquiera me lo pregunté, ya que merecía aquel sentimiento que recorría toda su piel. El hombre seguía tal como se fue, triste y desolado de todo cálido sentimiento, creo que nunca más volvío a sentir el amor, ni lo que sentía por aquella morena chica se podría llamar así. Ciertamente lo tenía merecido. No se puede tratar así a una frágil bailarina de cristal.